Las enfermedades crónicas no transmisibles representan actualmente el principal reto para la salud mundial. En un reciente informe sobre la situación mundial de las enfermedades crónicas, la Organización Mundial de la Salud afirmó que las afecciones no transmisibles, incluidas las enfermedades cardiovasculares (ECV), la diabetes y la obesidad, son actualmente responsables de aproximadamente dos tercios de las muertes en todo el mundo [1]. La prevalencia de muchos de los componentes del «síndrome metabólico», especialmente la obesidad y la diabetes, ha aumentado considerablemente en todo el mundo occidental desde que Haller sugirió inicialmente este término en 1977 [2]. Dado que el síndrome metabólico es un importante precursor de la ECV y de otras enfermedades crónicas [3,4,5,6,7], las directrices de diversas organizaciones profesionales han pedido que se redoblen los esfuerzos para reducir la incidencia de esta enfermedad y de sus componentes [3,4]. Un paralelismo notable en las últimas 4 décadas es el hecho de que numerosas encuestas y estudios de cohortes han informado sistemáticamente de que las sociedades occidentales son significativamente menos activas físicamente que las generaciones pasadas [7,8,9,10,11]. Además, un número cada vez mayor de estudios ha informado de que una mayor aptitud cardiorrespiratoria (que se define como la capacidad máxima de los sistemas cardiovascular y respiratorio para suministrar oxígeno a los músculos esqueléticos durante el ejercicio) está inversamente relacionada con el desarrollo del síndrome metabólico [12,13]. Estos estudios, junto con recientes ensayos de intervención [14,15], sugieren una relación convincente entre el deterioro de la CRF, los patrones de actividad física baja (definidos como movimiento que requiere energía), el ejercicio (definido como movimiento planificado, estructurado, repetitivo e intencionado con el fin de mejorar la CRF) y el síndrome metabólico.